Què pot tenir al cap, perquè al cor tinc clar que no té res, algú que és capaç d'apallissar a una persona indefensa, ruixar-la amb disolvent i prendre-li foc.
El pitjor de tot és que els mitjans de comunicació tant en el moment de l'assassinat com ara amb el del judici han destacat únicament la trajectò
ria de la Rosario, el com va acabar vivint al carrer com si això tingués alguna importància en relació a la seva mort, en canvi dels joves que la van agredir ben poc se sap, tant sols que les seves paraules al judici han estat "no voliem fer-li mal" com si això s'ho cregués algú, o bé, acusar al tercer jove, que ja està a un centre de menors complint condemna perquè en el moment del crim era menor d'edat.
Tot plegat ens hauria de fer reflexionar sobre la societat en la que vivim, quins valors transmet i quina educació estem donant als joves i, sobretot, quin futur els hi estem mostrant...
Us deixo un article del periodista Arturo San Agustín qui va escriure un llibre dedicat a la Rosario, La noche en que mataron a la mendiga:
"Rosario"
Había decidido no hablar nunca más en público de Rosario Endrinal, la mujer que fue quemada viva en un cajero automático. Incluso me negué a aceptar la propuesta de rodaje de una película o serie de televisión basada en mi libro La noche que quemaron a la mendiga.
Hay historias que no son de quien las escribe. Pero ese verdadero periodista que es y demuestra ser Josep Cuní y la invitación que también me hizo el martes la colega Gemma Nierga me han impedido ser coherente. No obstante, sigo siendo fiel a mi promesa: solo hablo de la víctima. Solo hablo de aquella mujer que leía poemas de Amado Nervo y que en su adolescencia de monjas y barrio de Sants solía escuchar muchas veces aquella canción que susurraba Jeanette. Hablo de Cállate niña.
Pero si hoy vuelvo a escribir de Rosario es porque hace unos días Olga García, una colaboradora de Arrels, fundación que se ocupa de ayudar a los llamados sin techo, se dirigió a mí muy amablemente a través de su blog. Y porque en el mismo colgó, ay, una foto de Rosario en la plenitud de sus ilusiones. Una foto que demostraba que no exageré cuando escribí de ella que, antes, mucho antes del desamor, mucho antes de los tragos amargos, los portales, los bancos de las plazas y los cajeros automáticos, Rosario se parecía aClaudia Cardinale. A aquella Cardinale, también Cenicienta, cisne entre patos, vital y luminosa, que invitaba a bailar una mazurca a cierto príncipe siciliano, quizá masón. Hablo de El gatopardo, claro.
Yo no sé, Rosario, si acerté a contar bien tus cosas en mi libro, algunas de tus cosas. Sí sé que mientras escribía de ti se produjeron algunas circunstancias que yo quise interpretar como signos. Creo que siempre he sabido interpretar bastante bien los signos. Y solo digo lo que digo, lo que fue. Y, hoy, nuevamente, miro tu fotografía morena, "cállate niña, no llores más," y recuerdo dos cosas: que confiaste en los demás hasta el último momento y que plantaste cara a quienes te arrebataron la vida.
Tienes razón, querida Olga: qué guapa era Rosario.
Hay historias que no son de quien las escribe. Pero ese verdadero periodista que es y demuestra ser Josep Cuní y la invitación que también me hizo el martes la colega Gemma Nierga me han impedido ser coherente. No obstante, sigo siendo fiel a mi promesa: solo hablo de la víctima. Solo hablo de aquella mujer que leía poemas de Amado Nervo y que en su adolescencia de monjas y barrio de Sants solía escuchar muchas veces aquella canción que susurraba Jeanette. Hablo de Cállate niña.
Pero si hoy vuelvo a escribir de Rosario es porque hace unos días Olga García, una colaboradora de Arrels, fundación que se ocupa de ayudar a los llamados sin techo, se dirigió a mí muy amablemente a través de su blog. Y porque en el mismo colgó, ay, una foto de Rosario en la plenitud de sus ilusiones. Una foto que demostraba que no exageré cuando escribí de ella que, antes, mucho antes del desamor, mucho antes de los tragos amargos, los portales, los bancos de las plazas y los cajeros automáticos, Rosario se parecía aClaudia Cardinale. A aquella Cardinale, también Cenicienta, cisne entre patos, vital y luminosa, que invitaba a bailar una mazurca a cierto príncipe siciliano, quizá masón. Hablo de El gatopardo, claro.
Yo no sé, Rosario, si acerté a contar bien tus cosas en mi libro, algunas de tus cosas. Sí sé que mientras escribía de ti se produjeron algunas circunstancias que yo quise interpretar como signos. Creo que siempre he sabido interpretar bastante bien los signos. Y solo digo lo que digo, lo que fue. Y, hoy, nuevamente, miro tu fotografía morena, "cállate niña, no llores más," y recuerdo dos cosas: que confiaste en los demás hasta el último momento y que plantaste cara a quienes te arrebataron la vida.
Tienes razón, querida Olga: qué guapa era Rosario.
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